Metamorfosis es una figura que desafía lo que entendemos por identidad y evolución. El cuerpo masculino, en su robustez, parece en pleno proceso de despojarse de su piel, como si estuviera en el umbral de un cambio profundo, casi visceral. No es simplemente un gesto físico, sino una transformación interna, un recordatorio de que, a lo largo de nuestras vidas, mudamos capas de nosotros mismos, sin apenas darnos cuenta. Como la oruga que, con paciencia y tenacidad dentro de su crisálida se convierte en mariposa, todos nos transformamos: de niños a jóvenes, de jóvenes a adultos, de adultos a ancianos.
Este bronce de unos 40 centímetros encarna ese viaje, no solo corporal sino mental. Cada etapa de nuestra vida nos moldea, nos redibuja, aunque no lo notemos en la cotidianidad. Pero si nos detenemos, si miramos hacia atrás con atención, nos damos cuenta de lo diferentes que somos hoy respecto a lo que fuimos. Hay una metamorfosis constante, silenciosa, una que no se aprecia a simple vista pero que está ahí, marcando el ritmo de nuestro ser.
La cabeza de caballo para mi es un símbolo poderoso. El caballo, animal de memoria aguda, emblema de la fuerza de la voluntad, del empeño testarudo por seguir adelante, por perseguir los sueños y las metas hasta el final. Es esa misma memoria la que nos conecta con lo que fuimos, mientras nuestra esencia biológica programada persiste en su empeño de seguir adelante.
La figura está tensa por el esfuerzo, arrancar su piel es un acto de liberación y necesario para dejar atrás lo viejo para abrazar y abrirse a lo nuevo.